Se puede comenzar un recorrido por la ciudad de muchas formas, pero quizás la más sencilla, es rendir a tan insigne personaje. Ahí está su estatua presidiendo la entrada hacia el casco antiguo junto a uno de los puentes sobre el río Arlanza. Hay que rendirle honores y recordar su vida en forma de romance, y su petición de verdad al rey Alfonso Sexto de Castilla y León.

Cruzando el puente, caminar despacio, muy despacio y observar lo que esta serena ciudad ofrece al visitante. La casa del Cordón con su simbólica fachada; Edificios nobiliarios; la Plaza Mayor, no muy grande, pero sí coqueta; y un poco más allá, y de repente, se abre una amplia plaza, y… allí está la joya de Burgos. Su catedral, gótica.

Iniciada la obra en el año 1221 y concluida en 1260. Guarda en su interior elementos del renacimiento y del barroco. Enigmática, misteriosa, mágica…Pero…no nos quedemos ahí. Cerca, prácticamente junto a ella, se encuentra Santa Gadea, donde la leyenda del romance del Mio Cid relata aquello de “En Santa Gadea de Burgos / do juran los fijosdalgos / allí le toma jura / el Cid al Rey castellano”.

Callejear es lo importante, y así, regresando algo sobre los propios pasos hay que rendir pleitesía a otra joya de la ciudad, al Arco de Santa María. Una de las doce puertas por las que se cruzaban las murallas burgalesas y que fue reconstruida y ornamentada en el siglo 16 en honor de Carlos I tras la revuelta comunera.