Desde todos los páramos que se extienden por la gran meseta tibetana, siempre vigilada por las soberbias alturas de la cordillera del Himalaya, miles de devotos acuden a Lhasa, la ciudad que reúne los grandes monasterios y santuarios del budismo mahayana. Hasta aquí llegan los peregrinos para recomponer su karma a golpe de oración, postraciones, meditación y, por supuesto, para renovar su sumisión incuestionable hacia el clero lamaísta.

Este de hoy es un recorrido por esos centros de devoción, pero también por las calles viejas de la vieja Lhasa, la capital de un territorio históricamente regido por una asfixiante teocracia pero que, desde hace ya setenta años, soporta como puede, la presencia invasora china. Hoy, esta enorme región asiática, resiste esa ocupación, apoyada en el vigor místico de un pueblo pacífico y pasivo, pero invulnerable, gracias a esa fuerza que solo puede presentar el pueblo más religioso del mundo.