Por tierras de Álava se cuenta que una persona divinizada, San Martinico descubrió a los hombres el uso de la herrería y la agricultura, robando los secretos a los señores de los bosques, a los Basajaun, a quien supo engañar varias veces.

San Martinico se dirigió un día a la cueva donde habitaban los Basajaun, y les pidió que le enseñasen alguno de sus secretos, pero éstos se negaron a ello. Por más que les pidió que le enseñasen como alimentar a los hombres con los granos que ellos guardaban, la respuesta fue la misma.

Entonces les hizo una apuesta. Si lograba saltar por encima de uno de los montones de los granos de trigo, los basajaun le darían ese montón. Estos se rieron pues esos montones medían más de diez metros de altura, y aceptaron.

San Martinico cogió carrerilla, saltó, y como estaba previsto cayó en medio del montón, ante la risa de los señores del bosque. El hombre se disculpó y se marchó hacia la aldea, sabiendo que en sus zapatos había varios granos de trigo.

Reunió a los vecinos, les enseñó lo que tenía, pero entonces había otro problema y es que nadie sabía qué hacer con ellos.
De nuevo fue a la cueva, esta vez a hurtadillas, y pudo escuchar una canción de los basajaun.

“Al brotar la hoja siémbrese el maíz; al caer la hoja, siémbrese el trigo; y por San Lorenzo, siémbrese el nabo”.

Y así pudo transmitir la agricultura a los hombres.