Acuñada en un entorno singular, envuelta por el recorrido caprichoso del río Júcar, aparece con toda la fuerza que le da el ser considerada una ciudad Patrimonio de la Humanidad, la Conca latina (“valle profundo entre montañas”), o de Qunka árabe. Es uno de esos lugares que no deja indiferente a nadie. Sus calles empedradas que suben en cuesta hacia la ciudad vieja, hasta el límite máximo que casi parece rozar el cielo con la plaza del castillo; de los recovecos que hacen los senderos para recorrer el cauce del río, de los edificios que acompañan el caminar cargados de historia, de tradición, de leyenda… Es Cuenca donde dicen que estuvo el Grial escondido…

Dicen, y dicen, que en su catedral descansó unos días el Cáliz de la Ultima Cena. Se puede creer o no, pero ciertamente cuando uno se adentra por las calles en cuesta de la ciudad vieja, hay una especia de halo que envuelve al visitante y que le traslada a otro tiempo. Se respira, no se sabe exactamente el qué, pero hay un aire diferenciador, un aire único de esta maravilla que vive junto a la Hoz del río Júcar. Pongamos que hablamos de Cuenca.

Cuenca es una de esas ciudades que no deja indiferente a nadie. Sus calles empedradas que suben en cuesta hacia la ciudad vieja, hasta el límite máximo que casi parece rozar el cielo con la plaza del castillo, del que apenas quedan restos de lo que fue un fuerte de defensa musulmana.

Sus casas en esas estrechas calles que callan mil y una historia que no quieren revelar, pues conocen desde su construcción de piedra, las aventuras que por ellas se realizaron, los duelos, los quebrantos, las lágrimas de más de una moza llorando a su amado, de…

Y en su entorno, al igual que ocurre con otra de esas ciudades Patrimonio de la Humanidad que jalonan tierra española, Toledo, un río, esta vez el Júcar, la envuelve, le da el mismo trato de cariño y protección que el Tajo con la toledana villa.

Pero…sigamos subiendo por las cuestas y así llegamos hasta la Torre Mangana, la torre del reloj, y a la Plaza Mayor, de forma casi triangular, dominada por la Catedral.

Sinceramente no se si estuvo aquí alguna vez el Santo Grial, el cáliz de la Ultima Cena, pero fuera así o no, lo que sí me atrevo a afirmar es que al entrar en el templo hay una sensación diferente, hay una energía en el ambiente, una paz, una sensibilidad, que hace pensar en que algo mágico, misterioso y místico ocupó una parte de ese espacio en algún momento.

Los estudiosos de la arquitectura consideran la Catedral como un elemento excepcional por contar con elementos de la transición del románico al gótico. El claustro, las diferentes capillas, todo forma un cuidado conjunto, al que penetra la luz a través de las impresionantes vidrieras, que han sufrido alguna transformación en la segunda mitad del siglo pasado no al gusto de los más puristas, ya que se rompió el tradicional canon de este tipo de obra, con la aportación de artistas contemporáneos a las que faltaban o estaban deterioradas.

Y de la Catedral a otra de las maravillas de esta ciudad. A uno de sus símbolos, las famosas Casas Colgadas, una construcción única del siglo XV que se eleva sobre la Hoz del Júcar y al que se asoma como rindiéndole homenaje, aunque cruzando el Puente de San Pablo que permite sortear a muchos metros de altura las aguas del impetuoso río, no se sabe quién rinde homenaje a quien. Al otro lado, una nueva joya, el Convento de San Pablo, actualmente Parador de Turismo.