Al otro lado del río Duero, que la acompaña y protege, se encuentra la antigua “OCELLUM DURI” de Antonino, la “Ojos del Duero”; la AZEMUR musulmana; la cristiana Zamora, la que define el Romancero como “la bien cercada”, protagonista del destierro del Mio Cid, y de otras mil historias de tradición, magia y misterio.

El casco antiguo, con sus murallas, denotan la plaza fuerte que ha sido a lo largo de su historia, y baste con recordar aquello de “Zamora no se conquista en una hora”.

Pero si es interesante su tradición, mucho más, o al menos, semejante y singular, es el patrimonio románico que se acumula, que se aglutina tras esos muros.

La primera parada obligatoria se debe hacer ante su joya, su catedral, su Santa Iglesia, donde destaca su cimborrio. Una cúpula con aires bizantinos que tiene la particularidad de tener el tejado formado por escamas. Destaca también, en el exterior, su torre románica, y en el interior, el claustro neoclásico.

En la plaza, frente al templo, una escultura de dos nazarenos nos recuerda la importancia que tiene para esta población la celebración de la Semana Santa. Una festividad que pone a Zamora dentro del máximo éxtasis de tradición de esta celebración en el país. Un momento único que sobrecoge tanto a creyentes como a no creyentes.

Y tras ella, se abre un casco histórico de realengo, con sus callejones, sus recovecos y lugares secretos. La muralla elevada, cargada de tradición y de mil y una historia. Y en el recorrido, seguro que se han podido observar algunas de sus 14 iglesias románicas. El mayor número de templos de este tipo concentradas en un solo lugar.

El Ayuntamiento queda atrás. Hay que seguir avanzando hacia el horizonte, hacia el castillo.