El entorno es único, y ya desde la lejanía el viajero se deja seducir por la visión del enclave que, con sus murallas y resto de castillo, y sus casas de piedra parece provenir de un cuento o formar parte de él. Y si además detrás, en el horizonte, está la salvaguarda de los Pirineos, que la protegen…

El inicio de la visita parece obligado hacerlo por el castillo, que va a servir de puerta de entrada. Atravesar su enorme plaza disfrutando del recinto amurallado y de los torreones cuadrangulares de sus ángulos, anuncia lo que se va a poder recorrer un poco más allá, cuando se deje esta fortaleza del siglo 11 reformada en siglos posteriores, con sus dos puertas y el foso.

De él parte la fuerte muralla que rodea todo el casco antiguo y que puede alcanzar en algunos puntos una altura de 14 metros, Merece la pena hacer un recorrido por encima de la barbacana y aprovechar las vistas de las montañas y de cómo, si fuesen dos enamorados, se unen los ríos Cinca y Ara.

Y tras el castillo, una de las joyas de Ainsa. Su Plaza Mayor, punto estratégico de la localidad. Amplia, de grandes dimensiones y planta trapezoidal, rodeada de soportales, cuya presencia data de los s.XII y s.XIII. En ella destacan, además de su propia existencia, diversos edificios nobles de piedra, muy bien conservados, casonas como la que ocupa el Ayuntamiento, del siglo 16.

Y cerrando uno de los pasos, otro de los símbolos de Ainsa, la iglesia románica de Santa María, del siglo 12, uno de los mejores ejemplos del románico del Alto Aragón.